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Viñeta de El Roto |
En
efecto, poca alteración vital nos puede sobrevenir cuando la bola de la Puerta
del Sol –o sus sucedáneos autonómicos– la diferencia entre el 2015 y el
2016, a excepción, claro, de un efusivo subidón,
producto de un obligado rito folclórico. Porque la vida del hombre es un continuum en el que este se ve obligado,
de forma constante, a hacer frente a decisivos retos: en primer lugar, el reto
de ser fiel a sí mismo, a sus creencias y a sus ideas en lo religioso, en lo
ético, en lo político; en segundo lugar, el reto de estar siempre ajustado a la
circunstancia, sin permitir que los
espejismos de la nostalgia o de la soberbia lo condicionen, y, en tercer lugar,
el reto del sic vos non vobis
virgiliano, el del servicio a los demás y la superación del individualismo
egoísta, con la aceptación entusiasta de la alegre
y civil compañía desde los vínculos de la familia, del trabajo, de la
amistad, del compañerismo y de la camaradería, de la ciudadanía y del
patriotismo.
La vida del hombre es un
"continuum" en el que se ve
obligado, de forma constante,
a hacer frente a decisivos retos:
el reto a ser fiel a sí mismo,
a sus creencias y a sus ideas
en lo religioso, en lo ético,
en lo político...
...el reto de estar siempre
ajustado a las circunstancia,
sin permitir que los espejismos
de la nostalgia o de la soberbia
lo condicionen...
...el reto del "sic vos non vobis"
virgiliano, el del servicio a los
demás y la superación del
individualismo egoísta...
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Se
me ocurre que idénticos retos tienen las colectividades históricas, tales como
nuestra España, y que las respuestas a los mismos dan fe de su vitalidad o de
su decrepitud: el reto de ser fieles a su propia esencia fundacional, esa que ha configurado su destino en la
historia; el reto de acertar, en cada momento y circunstancia, con una
conjunción sugestiva entre la fidelidad a esa esencia y el progreso que amplíe
caminos de justicia y libertad, sin ceder ante las tentaciones de la utopía o
el desgarro, y el reto de permanecer unidos y proyectados a la necesaria comunidad de los pueblos, ya
que todos los hombres, sin distinción de razas o de lugares de nacimiento,
adolecen en nuestro mundo del mismo mal: la falta de armonía entre ellos y las
referencias de su entorno, comenzando por la imprescindible referencia de su
trascendencia en un único Dios.
Poca
diferencia habrá entre el 2015 y el 2016 en cuanto a los problemas que se le
presentan a España y que se enmarcan en la niebla de la incertidumbre; sus
consecuencias pueden detectarse en la aparente ingobernabilidad o en el
continuado esperpento de esas votaciones y milagrosos empates de una formación antisistema en Cataluña para respaldar o
no (que va a ser que sí, qué se apuestan) un proceso secesionista, por ejemplo.
Las causas son más profundas y estriban –en mi humilde opinión– la falta de
respuesta a los tres retos mencionados, como asignatura pendiente, casi
ancestral, de este borrador inseguro
en el que vivimos.
Estas
han sido mis reflexiones al filo del año nuevo. Verán, yo no tengo WhatsApp y
la frase de este amigo –casi una consigna– la recibí a través del móvil de mi hijo, con el que acababa de llegar a una
cumbre, en cumplimiento de un ritual montañero de cada 31 de diciembre; ante
nosotros, un bello paisaje catalán, sin esteladas
a la vista ni otros motivos esperpénticos; son las once de la mañana y aquí
arriba parece que ambos estamos en comunicación
más directa con lo importante, con nuestros pensamientos. Y con Dios,
por supuesto. Ese Dios, no silencioso
sino silenciado, que, como dijo don
Miguel de Unamuno nunca puede desamparar
a España.
Dentro
de un momento, iniciaremos el camino de descenso, y, una vez en el llano, nos
volveremos a encontrar con nuestros retos vitales y con una sociedad desnortada
y, a la vez, esperanzada por si el 2016 nos proporciona las alegrías de la
concordia, de la paz social y de la unidad.
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Manuel Parra Celaya.