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lunes, 16 de noviembre de 2015

Semana Naval (II)


Viene de un artículo anterior,
sobre la Semana Naval celebrada
en Barcelona, en 1966
Un caballero laureado

Mientras estábamos esperando el comienzo de la exhibición naval,  ocurrió un hecho que nunca he podido olvidar y que da nombre a este relato: “Me hallaba en la tribuna, cerca de uno de los accesos cuando apareció  un caballero de mediana edad, frente despejada, sienes plateadas y porte distinguido. A pesar del pegajoso calor  reinante, sobre la veraniega camisa-polo  llevaba una elegante chaqueta americana de lino o algodón. Con paso firme y decidido hizo ademán de entrar en la acotada tribuna, siendo inmediatamente interceptado por un gigantesco cabo de la Policía Naval, el cual le requirió la preceptiva invitación, documentos que obviamente no llevaba; el P.N. estaba dotado de toda la parafernalia propia del momento: impecable guerrera blanca, galones verdes, correaje de lona, porra y pistola reglamentaria del 9 largo; remataba el conjunto un casco blanco de fibra de vidrio de los del tipo “calimero, y el rojo brazalete de la Policía Naval. El impecable caballero, lejos de inmutarse y sin perder la compostura, señalándole con el dedo índice de la mano derecha una pequeña insignia que llevaba en el ojal de la solapa, y mirándole fijamente a los ojos, le espetó: “¿Vd. no sabe lo que es esto que llevo aquí?”.
Policía Naval en uniforme de invierno
(el del relato iba de blanco)
El pobre P.N. quedo desmadejado y sin poder decir “esta boca es mía”, salió disparado en busca de su inmediato superior; mientras el personaje en cuestión, permanecía a pie firme, impasible y en silencio. Al punto apareció un cabo primero, ya mayor –de los llamados  “de chaquetilla”, el cual se cuadró respetuosamente ente el hierático personaje, le pidió disculpas y dando evidentes muestras de deferencia, acomodó en el mejor sitio que encontró. Pero por un momento pude ver aquella misteriosa insignia que llevaba en la solapa y que tanto había impresionado a los policías navales. Tardaría muchos años en conocer su significado y poder “atar cabos”; se trataba  de una pequeña cruz formada por cuatro espadas convergentes en la empuñadura y unidas por los pomos, completada por una orla de laurel. Estaba confeccionada en metal dorado –posiblemente oro y esmaltes.

Como digo, tardé años en saber de qué se trataba. Pero, ¿Qué hacía allí, en aquella bochornosa y ya lejana tarde de verano, todo un Caballero Laureado de San Fernando? ¿Cómo es posible que no tuviera invitación? Resultaba patético; la respuesta, como todo está en los libros. La hallé en la obra de José Luis Isabel Sánchez, sobre los Caballeros Laureados de la Orden San Fernando; en ella aparece un laureado que  presenta todo el perfil: nacido en Valladolid en los albores del siglo pasado; oficial del Tercio en la Guerra de Marruecos, en la liberación de la posición de Kudia Tahar (1925) se hizo acreedor de la Cruz Laureada de San Fernando. Capitán en 1936, permaneció  leal al Gobierno de la Segunda República; durante la Guerra Civil formó parte del Estado Mayor del General Pozas. Al finalizar la contienda se exilió a Francia, siendo deportado y juzgado, cumplió condena en el castillo de Montjuich  (Barcelona)”. El resumen finaliza con un escueto “falleció en Barcelona en 1990” (24 años después de la anécdota que relatamos).
La Flota en la dársena Nacional, junto al actual muelle de Bosch i Alsina (paseo de Colón)
Sobre de Correos con sello conmemorativo,
con motivo de la Semana Naval de Barcelona
Alguien diría “blanco y en botella”, pero aunque en la referida obra figura con nombre y apellidos, la coincidencia no ha sido ni podrá ser jamás contrastada. Entrando en el siempre farragoso terreno de las suposiciones y conjeturas, nuestro hombre, tras cumplir su condena, debió ejercer alguna profesión liberal, se jubilaría a mediados de los años 60; posiblemente viviera en Barcelona, donde estuvo destinado antes de la guerra, tendría familiares y amigos y, tal vez alguna propiedad. Es ahí donde, a comienzos del año 1966, nos lo encontramos, sin invitación, en el Paseo Marítimo de la Barceloneta. El caso es que, como no podía ser de otra manera, le seguía tirando “lo militar”.

Como epílogo a esta romántica historia, debo añadir  que hace ya bastantes años que un amigo, teniente coronel interventor, sin tener nada que ver en estos temas, me comentó que a finales de los años 70, estando destinado en Barcelona, le había “arreglado los papeles” a un laureado de la República. ¿Casualidad? La verdad es que, afortunadamente nunca abundaron  hace ya algunos años que falleció el último– y menos desde 1920 en que la Orden se puso más estricta. Durante el siglo XIX, posiblemente, se concedieron sin demasiada regularidad, sobre todo en 1824 a los llamados “Cien Mil Hijos de San Luis” que, desde Francia acudieron en ayuda de Fernando VII,  con la finalidad de abolir la Constitución de 1812 “La Pepa” y reinstaurar el absolutismo. Así como en las llamadas “guerras carlistas”, que ambos bandos adoptaron como propia, dando lugar a flagelantes abusos; en ocasiones llegaron  a concederse sin el preceptivo “juicio contradictorio”, claro que en aquella época no existían otras recompensas para premiar el “Merito en Campaña”: la Orden del Mérito Militar, en sus diferentes modalidades y categorías, data a partir de 1864, habiendo sufrido a lo largo del tiempo diversa modificaciones y adaptaciones, conforme al régimen y forma de gobierno; la Orden de María Cristina es de 1890, en la actualidad se la conoce como “Cruz de Guerra”; La Medalla Militar individual fue creada en 1919, habiendo llegado hasta nuestro días con las lógicas adaptaciones para cada momento… Pero esa sí ya es otra historia.

Jaime Bellet
1.- Laureda de San Fernando "colectiva", bordada para la bocamanga. La Laureada para el pecho es la que aparece al inicio del artículo.
2.- Pasador de la Orden militar de María Cristina. 3.- Cruz del Mérito Militar (distintos colores según concesiones).
4.- Cruz de Guerra. 5.- Medalla Militar "individual".


Continúa con una tercera y última entrega: El desembarco anfibio