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| Viene de un artículo anterior, sobre la Semana Naval celebrada en Barcelona, en 1966 |
Un caballero laureado
Mientras estábamos esperando el comienzo de la exhibición
naval, ocurrió un hecho que nunca he
podido olvidar y que da nombre a este relato: “Me hallaba en la tribuna, cerca
de uno de los accesos cuando apareció un
caballero de mediana edad, frente despejada, sienes plateadas y porte
distinguido. A pesar del pegajoso calor
reinante, sobre la veraniega camisa-polo
llevaba una elegante chaqueta americana de lino o algodón. Con paso firme
y decidido hizo ademán de entrar en la acotada tribuna, siendo inmediatamente
interceptado por un gigantesco cabo de la Policía Naval, el cual le requirió la
preceptiva invitación, documentos que obviamente no llevaba; el P.N. estaba
dotado de toda la parafernalia propia del momento: impecable guerrera blanca,
galones verdes, correaje de lona, porra y pistola reglamentaria del 9 largo;
remataba el conjunto un casco blanco de fibra de vidrio de los del tipo
“calimero”, y el rojo brazalete de la Policía Naval. El impecable caballero,
lejos de inmutarse y sin perder la compostura, señalándole con el dedo índice
de la mano derecha una pequeña insignia que llevaba en el ojal de la solapa, y
mirándole fijamente a los ojos, le espetó: “¿Vd. no sabe lo que es esto que
llevo aquí?”.
El pobre P.N. quedo desmadejado y sin poder decir “esta boca es
mía”, salió disparado en busca de su inmediato superior; mientras el personaje en
cuestión, permanecía a pie firme, impasible y en silencio. Al punto apareció un
cabo primero, ya mayor –de los llamados
“de chaquetilla”–, el cual se cuadró respetuosamente ente el hierático
personaje, le pidió disculpas y dando evidentes muestras de deferencia, acomodó
en el mejor sitio que encontró. Pero por un momento pude ver aquella misteriosa
insignia que llevaba en la solapa y que tanto había impresionado a los
policías navales. Tardaría muchos años
en conocer su significado y poder “atar cabos”; se trataba de una pequeña cruz formada por cuatro
espadas convergentes en la empuñadura y
unidas por los pomos, completada por una orla de laurel. Estaba confeccionada
en metal dorado –posiblemente oro– y esmaltes.
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| Policía Naval en uniforme de invierno (el del relato iba de blanco) |
Como digo, tardé años en saber de qué se
trataba. Pero, ¿Qué hacía allí, en aquella bochornosa y ya lejana tarde de
verano, todo un Caballero Laureado de San Fernando? ¿Cómo es posible que no
tuviera invitación? Resultaba patético; la respuesta, como todo está en los
libros. La hallé en la obra de José Luis Isabel Sánchez, sobre los
Caballeros Laureados de la Orden San Fernando; en ella aparece un laureado
que presenta todo el perfil: nacido
en Valladolid en los albores del siglo pasado;
oficial del Tercio en la Guerra de Marruecos, en la liberación de la posición de Kudia Tahar (1925) se hizo acreedor de la
Cruz Laureada de San Fernando. Capitán en 1936, permaneció leal al Gobierno de la Segunda República; durante
la Guerra Civil formó parte del Estado Mayor del General Pozas. Al finalizar la
contienda se exilió a Francia, siendo deportado y juzgado, cumplió condena en
el castillo de Montjuich (Barcelona)”. El
resumen finaliza con un escueto “falleció en Barcelona en 1990” (24 años
después de la anécdota que relatamos).
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| La Flota en la dársena Nacional, junto al actual muelle de Bosch i Alsina (paseo de Colón) |
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Sobre de Correos con sello conmemorativo,
con motivo de la Semana Naval de Barcelona
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Como epílogo a esta romántica historia, debo
añadir que hace ya bastantes años que un
amigo, teniente coronel interventor, sin tener nada que ver en estos temas, me
comentó que a finales de los años 70, estando destinado en Barcelona, le
había “arreglado los papeles” a un
laureado de la República. ¿Casualidad? La verdad es que, afortunadamente nunca
abundaron –hace ya algunos años que
falleció el último– y menos desde 1920 en que la Orden se puso más estricta.
Durante el siglo XIX, posiblemente, se concedieron sin demasiada regularidad,
sobre todo en 1824 a los llamados “Cien Mil Hijos de San Luis” que, desde
Francia acudieron en ayuda de Fernando VII,
con la finalidad de abolir la Constitución de 1812 “La Pepa” y
reinstaurar el absolutismo. Así como en las llamadas “guerras carlistas”, que
ambos bandos adoptaron como propia, dando lugar a flagelantes abusos; en
ocasiones llegaron a concederse sin el preceptivo “juicio contradictorio”, claro que en aquella época no existían otras
recompensas para premiar el “Merito en Campaña”: la Orden del Mérito Militar,
en sus diferentes modalidades y categorías, data a partir de 1864, habiendo
sufrido a lo largo del tiempo diversa modificaciones y adaptaciones, conforme
al régimen y forma de gobierno; la Orden de María Cristina es de 1890, en la
actualidad se la conoce como “Cruz de Guerra”; La Medalla Militar individual
fue creada en 1919, habiendo llegado hasta nuestro días
con las lógicas adaptaciones para cada momento… Pero esa sí ya es otra
historia.
Jaime Bellet
Jaime Bellet
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| 1.- Laureda de San Fernando "colectiva", bordada para la bocamanga. La Laureada para el pecho es la que aparece al inicio del artículo. 2.- Pasador de la Orden militar de María Cristina. 3.- Cruz del Mérito Militar (distintos colores según concesiones). 4.- Cruz de Guerra. 5.- Medalla Militar "individual". |




