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| Viñeta de El Roto |
Los que vivimos la Transición –entre expectantes por si cabía la ilusión y pronto desengañados– no hemos olvidado la inquietud que despertaba en los medios políticos y periodísticos el llamado ruido de sables. Bastaba que dos militares, en activo o en la reserva, se reunieran para tomar café para que se despertaran todas las alarmas democráticas y constitucionalistas.
También
recordamos, por supuesto, los fervorines y aquel cerrar filas con el orden establecido cuando tuvo lugar
aquel extraño suceso del 23F y el ominoso pacto de silencio –similar a las notas de obligada publicación de tiempos
anteriores– para no apartarse ni un ápice de la versión oficial de los hechos,
para que no pudiera peligrar ese mismo orden; y las alianzas, complicidades y
manifestaciones del brazo, algunos contra natura, de los dirigentes de los
partidos rivales, con el fin de evitar que el terremoto sacudiera los cimientos
y pilares de la Monarquía y del nuevo Régimen.
Se inicia el proceso constituyente de la República catalana
El documento rompe con
el Estado, deslegitima sus
instituciones y propone el
apoderamiento de los
resortes de poder por la
sociedad catalana
Nos encontramos ante un
golpe de Estado real y
efectivo, sedicioso, ilegal,
trapacero e inmoral
Se ha consumado una
coalición entre el
secesionismo burgués y
corrupto y la extrema
izquierda
Este pronunciamiento
atenta contra la propia
esencia de la Nación
española, su integridad
territorial y la igualdad
entre los ciudadanos
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Ahora
se trata más que de un ruido de sables; hace tiempo que están desenvainados en
Cataluña, sin adversario con quien cruzarlos, y esta misma semana se ha dado la
proclama solemne, con membrete, sellos y firmas, del pronunciamiento, en el
acto de constitución del nuevo Parlament
tras las últimas elecciones-plebiscito. La señora Carmen Forcadell ha sido
elegida con los votos favorables de la amalgama separatistas ganadora, con los
de la trotskista CUP y (¡atención al disco rojo!) con los de cinco diputados de
la marca blanca de Podemos; en su
discurso, se ha apresurado a afirmar que se
inicia el proceso constituyente de la República catalana y a esta falacia
ha dedicado su vítor final. El documento suscrito rompe con el Estado español,
deslegitima sus instituciones, especialmente al Tribunal Constitucional y
propone un apoderamiento de los
resortes de poder por la sociedad catalana, entre otras cosas.
Nos
encontramos, pues, ante un golpe de Estado real y efectivo, y, por
consiguiente, sedicioso, ilegal y perseguible de oficio, desde el punto de
vista jurídico, y trapacero e inmoral desde el punto de visto político e
histórico; no ha sido sorprendente, sino anunciado desde hace mucho tiempo
–décadas para los que gozan de buena vista– e inaceptable para cualquier Estado
de Derecho del mundo occidental.
Queda
evidente, además, que se ha consumado una coalición entre el secesionismo
burgués y corrupto y la extrema izquierda, presuntamente redentora de estos
desafueros económicos, amante de la limpieza y enemiga de la casta política. Nada ha influido en
estas huestes siniestras ni, por supuesto, en los ámbitos nacionalistas la
evidencia de que el ladrón estaba en casa
y no venía de allende del Ebro; el fanatismo y el sectarismo pasan por encima
del 3% de todos los porcentajes, recortes y mangoneos habidos y por haber;
posiblemente, la catadura de los ahora sumisos votantes de la Sra. Forcadell y
firmantes del texto parlamentario implique tan solo una participación en los beneficios…
Aquellos
ruidos de sables de antaño, en el supuesto de que pasaran de ser un rumor, de un
cuchicheo entre cucharillas y terrones de azúcar o de elucubraciones de
redacciones periodísticas, podían ser discrepantes de la trayectoria de un
Régimen político, de un texto constitucional o del determinado color de un
gobierno; ahora, este pronunciamiento en toda regla atenta contra la propia
existencia de la Nación española, su integridad territorial y la igualdad entre
los ciudadanos.
Si
un delito está consumado, con premeditación, alevosía y publicidad, no
olvidemos que también existen otros en justa correspondencia, tales como el de
la dejación de funciones o el de la traición pura y dura, cuando a quienes está
encomendada la defensa de España miran a otra parte o se limitan a reñir
constantemente y a amagar el cumplimiento de las medidas legales previstas ante
la impunidad de los delincuentes.
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Manuel Parra Celaya.

