Como estamos en las cercanías del 11 de septiembre, se dedican bastantes comentarios e informaciones de carácter predictivo: actos convocados, previsión de multitudes asistentes, disensiones domésticas de los separatistas y su posible influencia en las celebraciones…
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Viñeta de El Roto
La usurpación de la efemérides y la consiguiente tergiversación histórica que encierra: el 11 de septiembre de 1714 tuvo lugar la capitulación de la Barcelona austracista ante las tropas felipistas, en el curso de aquella absurda guerra civil entre españoles.
De aquella guerra de Sucesión (que no de 'Secesión'), en la que hubo catalanes en los dos bandos, han hecho los nacionalistas un símbolo espurio.
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A diferencia de lo que me sucede con algunos libros, carezco de prensa en papel de cabecera. Eso es una ventaja y un inconveniente; lo primero, porque no te ves abocado a recibir un único punto de vista día tras día y gozas de una mejor perspectiva de las cosas (dentro de lo que cabe, claro); lo segundo, porque las limitaciones, tanto de tiempo como económicas, te impiden una cierta profundización más deseable en algunos temas.
De forma que, para solucionar el problema, casi cada mañana llevo a cabo mi particular revista de prensa a través de Internet y, cuando detecto noticia, artículo o enfoque interesante, me dirijo al kiosco más próximo para acceder a una lectura reposada a la vieja usanza. Por lo que tengo entendido, esta es una conducta habitual entre los ciudadanos que quieren estar informados, aunque les cueste más de un berrinche, y el modo de formar opiniones con cierta objetividad. Como estamos en las cercanías del 11 de septiembre (desde 1980, festa nacional de Catalunya), se dedican bastantes comentarios e informaciones de carácter predictivo: actos convocados, previsión de multitudes asistentes, disensiones domésticas de los separatistas y su posible influencia en las celebraciones… Sobre todas ellas, me ha llamado la atención la confluencia de motivaciones político-religioso-excursionistas de lo que se pretende hacer en Montserrat (antorchas y hogueras en cada altura), quizás inspirada por aquella visita de Himmler a la Montaña Sagrada en busca del Santo Grial; tampoco es una novedad el elemento esotérico-místico en el ADN del nacionalismo. Pero a lo que iba: de mi revista de prensa de esta semana, me ha llamado la atención un artículo del periodista Àlex Gubern (ABC del día 3 del corriente) cuyo título, El independentismo vuelve a apropiarse de la diada oficial, he reputado, con perdón de este profesional, de inexacto, pues, desde la institucionalización de la fecha, todos los 11 de septiembre, velis nolis, han sido propiedad del separatismo (término que considero más exacto que el escrito por el periodista). En primer lugar, por la usurpación de la efemérides y la consiguiente tergiversación histórica que encierra: el 11 de septiembre de 1714 tuvo lugar la capitulación de la Barcelona austracista ante las tropas felipistas, en el curso de aquella absurda guerra civil entre españoles (donde metieron cuchara todas las potencias europeas en defensa de sus propios intereses); aunque parezca una paradoja, aquella derrota representó un beneficio para toda Cataluña, que vio derrumbada la costra medieval que la constreñía, incluidos los aranceles interiores, la apertura de sus puertos al comercio con América y, en definitiva, abrió los caminos hacia la modernidad, el progreso y una economía pujante; así lo reconoce toda la historiografía seria, empezando por Pierre Vilar: El desarrollo industrial catalán de finales del siglo XVIII resulta prácticamente inconcebible de no haber contado con el mercado americano. Seguro que no lo ha leído la consellera Budó cuando se permite afirmar que seguimos en pie pese a la derrota de 1714… De aquella guerra de Sucesión (que no de Secesión), en la que hubo catalanes en los dos bandos, han hecho los nacionalistas un símbolo espurio; seguro que tampoco han leído a Prat de la Riba cuando dijo en La Veu de Catalunya que a los héroes del 11 de septiembre hay que admirarlos, pero no imitarlos. De esta forma, las sucesivas diadas desde la Transición han seguido fielmente las grandes líneas, diseñadas por Jordi Pujol, a base de una paciente estrategia y de biblias (que ahora se están investigando a fondo, al parecer), y que han desembocado en el actual estado de cosas. No es, pues, ninguna novedad que los separatistas hayan monopolizado (y falseado) esa fecha histórica; que se lo pregunten a los representantes de partidos, asociaciones y clubs de fútbol no nacionalistas cuando, año tras año, han sufrido los abucheos, insultos e injurias al depositar sus flores ante la estatua de Rafael de Casanovas; por cierto, jamás este personaje fue ni remotamente separatista, ni Villarroel ni tantos otros héroes de la defensa de Barcelona. Por algo fue rechazada de plano la propuesta de que la fiesta de Cataluña fuera el 23 de abril, día de Sant Jordi, mucho más tradicional, festiva y alegre; quizás por su trasfondo religioso y porque coincidía, como es lógico, con la de Aragón, en cuya Corona estaba incluida Cataluña, como saben quienes se han aproximado a la historia. No olvidemos, por otra parte, que algunas otras Comunidades, especialmente si empiezan a estar trufadas de nacionalismo o lo están de sobra, también dotan sus particulares diadas ⎼aunque de forma más atemperada por el momento⎼ de exaltación engañosa de algún acontecimiento lejano, y, lo que es peor, en detrimento de la unidad española. Esto forma parte del dislate cometido con el montaje del Estado de las Autonomías, esas que nos vinieron impuestas por el guion, y que han sido aprovechadas, con toda impunidad, por quienes carecen de la facultad de mirar más allá del césped de su Aldea. |

Manuel Parra Celaya
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