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jueves, 22 de agosto de 2019

Una grata sorpresa

Opinión. Manuel Parra.

En un agradable pueblecito de la provincia de Burgos (cuyo nombre y localización omito por razones obvias), vuelve a campear el rótulo de Plaza de José Antonio.

Viñeta de El Roto



Obra de un vecino o vecinos que se han ciscado en ucases, prohibiciones, imposiciones y demás desafueros.



Quizás estos 'delincuentes' maravillosos tengan hijos o nietos, y no quieren que crezcan tan ignorantes, o indiferentes al patriotismo y a la justicia social como el resto de sus compañeros de aula, convenientemente adoctrinados por el silencio o por la tergiversación sistemáticas.




Creo que a los consistorios democráticos les queda muy poco por hacer en lo relativo a la Desmemoria Histórica. Han arrumbado cualquier signo o recuerdo de cuarenta años de nuestro pasado común, borrado nombres de calles y plazas, sustituyéndolos por otros más acordes con lo que impera en este momento, derribado monumentos y retirado encomiendas y medallas.

Han contado, para esta tarea, con unas avanzadillas, constituidas por lo más cutre e inculto del panorama político, generalmente de gentes de ultraizquierda; los casos chuscos han ido sucediendo sin interrupción: desde calificar de p;franquistas a edificios del siglo XV que ostentaban el águila de San Juan hasta atribuir al lema NO-DO una loa al informativo cinematográfico de los años nefandos; desde suprimir las placas de aquel Ministerio de la Vivienda de antaño (y no construir otras nuevas, claro) a motejar de fascista al almirante Cervera (aquí, el protagonismo fue exclusivo de la ínclita señora Inmaculada Colau); creo que lo último (o lo penúltimo, porque nunca se sabe) ha sido la protesta por el monumento a los héroes de Baler, por su carácter colonialista. Verdaderamente, es cierto aquello de aquí no cabe un tonto más.

De este modo, las nuevas generaciones tendrán un importante lapsus en sus (escasos) conocimientos históricos y las adultas responderán al mecanismo de la sanción social y política (y penal, según los casos) si osan recordar lo que verdaderamente existió. La estrategia de controlar el pasado para dominar el presente es impecable.

Sin embargo, este verano, en mis recorridos por Castilla, he tenido una grata sorpresa: en un agradable pueblecito de la provincia de Burgos (cuyo nombre y localización omito por razones obvias), vuelve a campear el rótulo de Plaza de José Antonio, obra de un vecino o vecinos que se han ciscado en ucases, prohibiciones, imposiciones y demás desafueros. Como dirían mis admirados Rafael García Serrano y Arturo Pérez-Reverte (y con previo perdón a los lectores), con dos cojones.

La figura de José Antonio Primo de Rivera ha entrado de lleno en esta persecución del pasado non grato; y eso que es más que evidente, incluso para el más necio, que el marchamo de franquista no puede serle atribuido; dejando aparte las posibles simpatías o antipatías entre los dos personajes, lo cierto es que el fundador de la Falange fue fusilado, tras un juicio a todas luces irregular, en el primer año de una guerra civil que él intentó parar, proponiéndose como intermediario y sugiriendo un gobierno de concentración nacional y una serie de medidas pacificadoras; era consciente de que aquel enfrentamiento entre los españoles no iba a conducir a la revolución nacionalsindicalista de patria, pan y justicia que él defendía. El Régimen surgido de la guerra civil fue, en todo caso, regeneracionista, no revolucionario, aunque el nombre de José Antonio figurara en muchos de sus frontispicios; como dijo Girón de Velasco en el temprano año de 1943, eso era autorizar avances en la superficie nada más.

Algo de eso debían saber los lugareños del pueblo de marras que se han empeñado en restituir el nombre de José Antonio a su plaza mayor; quizás estos delincuentes maravillosos tengan hijos o nietos, y no quieren que crezcan tan ignorantes, o indiferentes al patriotismo y a la justicia social como el resto de sus compañeros de aula, convenientemente adoctrinados por el silencio o por la tergiversación sistemáticas.

Me llevé, pues, una alegría, pero no quise indagar sobre los autores del desacato a la Ley de Memoria histérica, no fuera que mi saludo o mi abrazo me hicieran cómplice de lo que hoy se puede considerar un acto delictivo; quizás fueran ciudadanos con cierta atracción por lo joseantoniano o, por lo menos, se tratara de quienes son capaces de luchar contra corriente, del disenso, en suma, que bienvenido sea. En cualquiera de los dos casos, mi felicitación más entusiasta.

Se notaba que el letrero llevaba puesto cierto tiempo, quizás un par de meses, y sobre él habían caído lluvias y soles; espero que perdure y, cuando sus letras empiecen a ser de difícil lectura, otras manos de jóvenes contestatarios las reparen y repinten.

Eso sí, con uno de ellos vigilante en la esquina por si aparece de pronto una brigadillla de chivatos y delatores o una fuerza de esa no santa hermandad del señor Sánchez.

Manuel Parra Celaya

 18 de Agosto de 2019



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