Páginas

martes, 20 de agosto de 2019

Debilidad y tiranía del Estado

Opinión. Manuel Parra.

En efecto, el actual Estado de hecho, todos los Estados llamados eufemísticamente democráticos son débiles y, a la vez, tiránicos.

Viñeta de El Roto



La tiranía, que se pone continuamente de manifiesto en esa intromisión de lo público en lo privado en todos los órdenes, hasta el punto de que ha hecho fortuna la definición ⎼aparente oxímoron⎼ de totalitarismo democrático.




...y ello por la nota esencial que los preside: 'no creen en nada, ni siquiera en sí mismos'..




El Estado actual, con su debilidad innata, no tiene empaque alguno en invadir las esferas de lo personal, de lo familiar, de lo íntimo.




El tan cacareado 'republicanismo', sinónimo de civilidad, deviene en 'oficialismo' e intromisión descarada
No es lícito idealizar el pasado, del mismo modo que tampoco lo es denigrarlo, tergiversarlo, parcializarlo o silenciarlo para acomodarlo a los intereses del presente; cada momento es en sí mismo irrepetible y cerrado en cuanto a su actualidad, si bien puede ser ilustrativo y ejemplarizante para la posteridad; nuestros clásicos no deben llevarnos a la imitación de lo que hicieron en su época, sino inspiración en cuanto a lo podrían hacer si se encontraran en la nuestra.

Así, el periplo veraniego por Castilla de este catalán que escribe estas líneas ha servido, entre otras cosas, para reflexionar sobre algunas constantes de los momentos áureos de nuestra historia común y para constatar que una de ellas fue la fortaleza del Estado, que no de tiranía, porque aún no se había inventado el absolutismo posterior, de origen transpirenaico.

Se trataba de un Estado español fuerte, aun con la variedad y diversidad procedente de los antiguos reinos medievales en cuanto a leyes, instituciones, usos y costumbres, pero presidido por una idea unitaria en cuanto a su conciencia de ser instrumento de una misión histórica universal, cual era la titánica tarea de reconstruir la Cristiandad perdida y posteriormente dividida profundamente por los nacionalismos; creo recordar que aquel proyecto español se fue al traste históricamente con el tratado de Wesfalia…

Apresurémonos a diferenciar claramente el universalismo hispánico, sustentado por los fundamentos religiosos ⎼clave de arco de nuestros mejores momentos⎼ de la dignidad humana y de la igualdad esencial de los hombres como hijos del mismo Dios, con cualquier planteamiento actual globalizador, máxime si se encuentra delimitado por las previsiones en marcha del Nuevo Orden Mundial que nos quieren imponer.

Pero a lo que iba era a contrastar aquel rasgo de fortaleza de aquel Estado, aun incipiente de acuerdo con los criterios de la Modernidad, con la debilidad del actual, que va acompañada inevitablemente con otra característica: la tiranía, que se pone continuamente de manifiesto en esa intromisión de lo público en lo privado en todos los órdenes, hasta el punto de que ha hecho fortuna la definición ⎼aparente oxímoron⎼ de totalitarismo democrático.

En efecto, el actual Estado de hecho, todos los Estados llamados eufemísticamente democráticos son débiles y, a la vez, tiránicos; y ello por la nota esencial que los preside: no creen en nada, ni siquiera en sí mismos; ello se advierte, por ejemplo, en que otorgan igual credibilidad y capacidad de acción a quienes, teóricamente, los defienden, que a los que pretenden destruirlos y desmembrarlos. La razón superior de esta debilidad y de su propensión al despotismo es que carecen de un ideal superior, nacido de la esencia nacional, que sea guía, norma y, al tiempo, conciencia humilde de su carácter instrumental, al servicio del ciudadano y de una misión que trasciende de lo circunstancial.

De este modo, el apelativo de Estado de Derecho se centra, en el mejor de los casos, en un consenso revisable, remedo del pacto social roussoniano, y en su plasmación en una norma jurídica llamada Constitución; el segundo apelativo, el de social, es una pura fórmula, por el motivo de que al ciudadano se le ha hurtado cualquier dimensión trascendente de dignidad, de libertad responsable y de igualdad esencial, que repercuta en los ámbitos de la justicia.

El Estado actual, con su debilidad innata, no tiene empaque alguno en invadir las esferas de lo personal, de lo familiar, de lo íntimo; cualquier iniciativa que nazca de las entidades naturales de convivencia es suplantada por la artificialidad de los partidos y por la frialdad de las instituciones subvencionadoras; el tan cacareado republicanismo, sinónimo de civilidad, deviene en oficialismo e intromisión descarada.

Además, este Estado adquiere su fortaleza aparente, no de una guía moral y ética permanente, ni siquiera del pueblo, sino de las ideologías que emanan de poderes transnacionales, de los grupos de presión políticos y económicos, que actúan de forma semisecreta y aparentemente anónima a escala mundial; el Estado nacional queda supeditado a las decisiones que se dictan desde fuera y, más que afectar a la supuesta soberanía, entran en las conciencias por la actuación de la ingeniería social, para que esta tiranía no sea advertida.

Finalmente, hay que destacar que estas directrices sobre los Estados nacionales, débiles y tiránicos se oponen abiertamente a las esencias nacionales, a esas constantes que se establecen a lo largo del hilo de la historia y de las generaciones. Esto ocurre en España y, también, en el conjunto de Europa, cuya esperanzadora integración como posible nueva unidad de destino está siendo castrada, no solo por la artificialidad de unas estructuras comunitarias, sino por los planteamientos opuestos a las raíces europeas.

La tarea imperiosa es, pues, dotarnos de libertad y, a la vez, de fortaleza. ¿Utopía? Mejor, conciencia de ir buscando hitos concretos de esos que marcan horizontes progresivos, si dejarse deslumbrar por espejismos que pongan ante nuestros ojos los inspiradores y fautores de ese Nuevo Orden Mundial.

Manuel Parra Celaya

 11 de Agosto de 2019



Ir a la página principal
Todos los artículos de opinión

Síguenos en feisbuc