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jueves, 14 de abril de 2016

Lecturas y relecturas

Artículo de opinión
Viñeta de El Roto



Decía Borges que, al llegar a determinadas edades, apetece más releer los libros que han marcado tu vida que aventurarte a descubrir otros nuevos; venturosamente, no debo haber llegado a esa apetencia de forma absoluta, pero confieso que ha disminuido un tanto mi otrora ansia de novedades: me he vuelto selectivo en cuanto a la búsqueda de libros nuevos y siento mayor desconfianza –en ocasiones, trocada pronto en desprecio lo tocante a los best-sellers.

Por otra parte, he comprobado, en esta línea de conducta lectora, que uno elige sus relecturas, no al azar, sino dependiendo de su estado de ánimo, y no al revés. Es cierto que se sigue dando en caso de que uno de esos descubrimientos en el anaquel de una librería puede provocarme sensaciones insospechadas y, lo más importante, enriquecimiento cultural y apertura en el mundo de las ideas, pero, como ya he reconocido el abandono del desmesurado afán por descubrir novedades, cada vez son menos las ocasiones en que esto sucede.

Me produce un profundo  
tedio ese particularismo  
  territorial llevado al  
paroxismo y a la vesania  
que es el separatismo...  

  
Me aburre sobremanera  
el tema manido y nunca  
afrontado seriamente–  
de la corrupción...  



Me estomagan asimismo  
 las invocaciones a la salida  
de la crisis económica...  
  
   
  
Aborrezco de todo corazón  
la fraseología al uso con  
respeto al terrorismo  
yihadista y sus crímenes...  
  

  
Y me hastía la forma de  
corrección política en el  
lenguaje y en el  
pensamiento... 
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Lo cierto es que la lectura, o relectura, de libros no me cansa, al contrario de lo que me sucede con un el mundo de la política, que, lejos de suscitar apasionamiento, me llega a producir verdadero hastío; lo que observo de ella me trae a la nariz el tufo de lo viejo, especialmente en la quinta acepción que da la RAE de esta palabra: deslucido, estropeado por el uso, más que lo antiguo. En todo caso, mi preferencia sigue estando por lo clásico, aquello que, aunque exista desde hace mucho tiempo, sigue ejerciendo de modelo digno de imitación o, mejor, de re-creación y, nada paradójicamente, de hallazgo y de adivinación.

Así, me produce un profundo tedio ese particularismo territorial llevado al paroxismo y a la vesania que es el separatismo, del mismo modo que me lo causan los melifluos argumentos de leguleyos que dicen hacerle frente; y no se trata de estar o no de acuerdo con la conllevancia orteguiana, sino de poner sobre la mesa inteligencia y arrojo por parte del Estado y de la sociedad: lo primero, para vislumbrar a España como una, varia y plural; lo segundo, para no confundir serenidad con pusilanimidad. En palabras del clásico Eugenio d´Ors, ni secar las fuentes ni dejarse arrastrar por los torrentes.

También me aburre sobremanera el tema manido –y nunca afrontado seriamente de la corrupción, ese ventilador de heces en manos de los partidos rivales, que pone de manifiesto claramente que la de la clase política (antiguamente llamada casta por los aspirantes a ingresar en la misma) no es más que la punta del iceberg, cuya parte sumergida abarca toda la escala social, desprovista de valores por el Sistema.

Me estomagan asimismo las invocaciones a la salida o no de la crisis económica, mientras más de un 25% de los españoles siguen en el paro, se sigue acudiendo a la ordinariez de hablar del mercado laboral (como si el trabajo humano fuera una mercancía) y no se reconoce ni por asomo la intencionada confusión entre los fines –economía productiva- y los medios –economía financiera dan, más que aburrimiento, tristeza, las expectativas de cinco millones de españoles en un marxismo-leninismo polvoriento y casposo, que se a abierto paso a democráticos codazos para ser galanteado por un partido socialista, supuestamente obrero, español y dotado de cierta seriedad.

Aborrezco de todo corazón la fraseología al uso con respecto al terrorismo yihadista y sus crímenes aquí y allí, inundada de buenismo y de cretinismo, cuando no de complicidad reverente, que prueba el adormecimiento, la ceguera o la cobardía de mi mundo occidental; además de aburrimiento y asco, me causa temor saber que estoy inmerso en una guerra de la que la plana mayor de mi teórico bando no se ha apercibido.

Y me hastía –con ribetes de hilaridad y de desdén la forma de corrección política en el lenguaje y en el pensamiento, forma evidente de hipocresía y sutil de censura, mil veces peor que aquella que era practicada por mentecatos de covachuela, porque ahora corre a cargo de sagaces ingenieros sociales.

Volviendo a la literatura, con el fin de distender los ánimos y relajar los espíritus, confesaré para terminar que, las noticias de las burradas de las feministas me llevan a desempolvar las novelas de Jardiel Poncela, el enterarme de las medidas y propuestas de los municipios en manos de podemitas o sus conmilitones me obligan a repasarme el Valle-Inclán esperpéntico y el nauseabundo pacifismo imperante a releer mi colección completa de El Coyote. Algo tengo que agradecer a todos y a cada uno de esos inductores a la relectura.


Manuel Parra Celaya.

Artículo de opinión publicado en el diario Ya (sin la viñeta), el 3 de Abril de 2016