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domingo, 27 de marzo de 2016

Sic vos non vobis

Relatos
Este trabajo obtuvo el primer premio en el I Concurso Literario "Trocha" 2015.
Arqueros de la OJE cantando en un campamento de la antigua Guinea Española,
años 60.


“Es preciso que cantéis, mientras quede un hombre que solloce, una espiga que no dé pan y una tierra que no tenga vuestro nombre” 
(Álvaro Cunqueiro).

Un conjuro. Eso debe ser para mí cantar aquellas viejas pero siempre nuevas canciones. Sí, un conjuro. Basta que mi ánimo se encuentre abatido o tal vez me sienta solo. O porque quiera erguirme. O porque me da la real gana. Y entonces canto. Hermosas melodías que me hablan de tantas cosas bellas que viví, que soñé y en las que aún creo.

Tal vez por eso el otro día me descubrí tarareando el que me enseñaron en su día como “Himno de los arqueros” y que ni siquiera es una de las coplas de mi repertorio habitual por lo que presté un poco más de atención a aquellos versos casi redescubiertos y los repetí paladeándolos. Esto dicen esos versos que con sus notas son una suerte de enamorados dardos disparados hacia el cielo:
Portada del disco editado por Doncel en los años 60,
en el que figura la canción "Si madrugan los arqueros"

Si madrugan los arqueros
Dios ayuda a los arqueros.

Es mi castillo la tienda donde habito,
mi Rocinante es el viento del pinar,
es mi Tizona la letra de mi estilo,
mi Dulcinea es el alba sobre el mar.
Si madrugan los arqueros...

Es mi coraza la fe que me entregaron,
mi firmé lanza mi firme ley de amor,
mi santo y seña por todos los caminos:
"Vale quien sirve". Servir es un honor.
Si madrugan los arqueros...

Mis compañeros salieron con el alba
sobre los arcos llevaban la canción:
"Sic vos non vobis", cantamos los arqueros
nuevas gargantas y un mismo corazón.
Si madrugan los arqueros...

Con ellos en los labios esto fue lo que me vino a la memoria:




Es mi castillo la tienda donde habito

¿Recordáis?.... ¡Cuántos sueños nacieron y volaron  desde aquellas ciudades de hermosas lonas blancas que nos cobijaban como alas de paloma! ¡Cuántos secretos nos desvelamos sotto voce en aquellas otras pequeñas tiendas de escuadra de aquel color naranja desvaído por el uso! y ¿recordáis que cuando llovía remediábamos las goteras con jabón, papel de periódico o en el colmo de la ingeniería habitacional, clavando una patata en el mástil para evitar el chorrillo de agua? ¿Y los charcos del suelo? Vale, tal vez otros vivieron y dejaron la niñez entre mejores tapices, parquets, alfombras y mullidos edredones, pero yo os juro que sigo creyendo que aquellos muros de mis castillos no los derribará nunca ni el tiempo ni los embates de la vida. Eso yo os lo juro.

Mi Rocinante es el viento del pinar

¿Recordáis?... Cada vez que una ráfaga de aire estremece las copas de los pinos yo sigo oyendo el galopar de un centenar de corceles que me recuerdan los que yo solía escuchar en nuestras acampadas por toda la geografía de la patria. Menudo escuadrón era aquél. Cabalgábamos en línea montando a Rocinante, a Babieca, a Bucéfalo, a Pegaso…y penetramos con ellos muchas veces en el mismo Olimpo. A nuestro lado cabalgaba Viriato, Carlomagno, El Cid, Amadís, Don Quijote… también Sancho Panza. Fueron compañeros de aventura que atravesaron montados en nuestras estrofas las selvas del Perú, de la India o del bosque de Sherwood en pos de la aventura, de la justicia, de lo divino, de lo imposible... Atravesamos la tierra y el cielo. Llegamos soñando a todos los horizontes que bien sabemos que son tan reales –pues verdaderamente los vimos– como inalcanzables.

En la vieja Persia se educaba a los jóvenes en solo tres cosas: tirar al arco, montar a caballo y decir la verdad. Nuestros tensos arcos, nuestros enjaezados caballos alazanes y nuestras verdades maravillosas nos hicieron dueños de los mundos de Ciro y de Cleopatra, de Jenofonte, de Robinson Crusoe, de Julio César y de Magallanes. Así, en un soplo, en un verso. ¡Sí! y que no os quepa duda, Rocinante todavía sigue cabalgando.

Es mi Tizona la letra de mi estilo

¿Recordáis?... ¿Qué era aquello del Estilo, así con mayúsculas? No era ir a la moda, desde luego. Nada de ser niños pijos o estrafalarios. Sí era el tener maneras e ideas propias, interiorizar nuestra forma de entender la vida y ser consecuentes con nuestras palabras y actitudes. Eso era la forja de una espada que  hemos podido seguir empleando hasta hoy y el que quiera para el resto de sus días. Después  de velar la noche entera, con aquello del Estilo nos tocaron una amanecida el hombro y nos dijeron: ¡Alzaos, ya sois caballeros! Y nos mandaron por el mundo a desfacer entuertos. Y luego cada uno debió aprender por su cuenta a blandir su espada. Pero sí, nos enseñaron a tener siempre afiladas las letras del estilo, eso debe constar en acta. Sabedores de que las espadas brillan o enmohecen, allá vaya cada quién con su almario, su historia y su conciencia cuando le llegue la hora de subir a la dorada barca de Caronte.

Mi Dulcinea es el alba sobre el mar

¿Recordáis?... De todos los mares, de todos los océanos. Siempre tuvimos una dama que rescatar, un fiero dragón al que vencer. Otra orilla lejana que alcanzar. Un ideal, una ilusión. Y una miseria, un defecto, una debilidad contra la que luchar. No nos dejaban tenerlas. Se nos exigía renunciar a la debilidad. Realmente extraordinario para  el mundo en que vivimos. Aprendimos aquello de que si a los jóvenes se les pide poco no te darán nada, pero si les pides mucho te lo darán todo. Y nos pidieron mucho. Y lo dimos casi todo.
Todo nos lo dieron sin pedir nada a cambio. Y así nos comprometimos a devolverlo. Todo por amor. Y desde luego la Dulcinea a la que nunca abandonaremos, a la que siempre cantaremos nuestros mejores versos, a la que juramos amar de por vida, ¿recordáis? se llama España. Por amor, sí, por amor,  por amor todavía hoy nos duele España.

Y así podríamos seguir desgranando verso a verso las siguientes estrofas de aquella infantil melodía. ¿infantil digo? ¡en absoluto! Cuándo la aprendimos éramos tal vez niños por la edad (aunque nunca nos trataron como tales ni nosotros lo hubiéramos consentido) pero aún creo que somos más de dos o tres –ya talluditos– los que a día de hoy seguimos sorprendiéndonos con ella en los labios y como viejos juglares seguimos diciendo en alto sus mensajes de compromiso y de esperanza. La música la pone quién y como la sepa y recuerde, que las estrellas nos han de perdonar por una vez la sinfonía.

Así es que adelante, podéis seguir conmigo la melodía y continuar el conjuro…


Es mi coraza la fe que me entregaron,
mi firme lanza mi firme ley de amor,
mi santo y seña por todos los caminos:
Vale Quien Sirve, servir es un honor.

Servicio y honor, así termina esta estrofa. Servicio y honor, repito. Eso no es solo parte de un poema, eso alcanza a ser todo un proyecto de vida… está claro  que sabíamos que no solo de pan vive el hombre.

“Sic Vos Non Vobis” nos dice también la letra del conjuro, significa algo así como “sed vosotros pero no para vosotros”. Un lema que nos habla de entrega, de generosidad, y hasta si se quiere, del amor universal entre los hombres.

Podríamos continuar…

Una canción no acaba mientras haya alguien que la cante. Y siempre quedará el eco. Fue Miguel de Unamuno el que dijo que "la canción es la forma más profunda y luminosa de hacer y de expresar la doctrina". Verdad es. Debemos pues, seguir cantando.

Y con una canción en los labios, como tantas veces, que nos alcance el alba.


José Manuel Cámara López.

Este trabajo obtuvo el primer premio en el I Concurso Literario "Trocha" 2015.