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Viñeta de El Roto |
Casi
todos los comentarios coinciden en señalar una clara intención secularizadora,
y más concretamente anticristiana, de las innovaciones,
destinadas a deslumbrar teóricamente a
los niños, pero, como estos pueden ser bajitos pero no idiotas (Pérez-Reverte
dixit), el supuesto deslumbramiento ha quedado reducido, en el mejor de los
casos, a aburrimiento. Se ha comprobado una vez más la agudeza de juicio del
añorado Rafael García Serrano cuando, a raíz de la supresión de la Navidad en
los tiempos del Frente Popular, se la sustituyó por la Semana del Niño: lo más grave no es que fueran satánicos, sino que eran
rematadamente cursis…
En
el caso de la cabalgata de Barcelona –extraña mixtura de rúa carnavalesca,
espectáculo circense y apoteosis etnicista– que destacar, además, una
insoportable carga de moralina, que transmitían unos voceadores instalados
delante de las carrozas de los presuntos Melchor, Gaspar y Baltasar; atronantes
altavoces repetían mensajes políticamente
correctos, a modo de curiosa combinación de Ejército de Salvación
Progresista, telepredicadores y showmans,
con el objetivo de adoctrinar no solo a los pequeños sino a sus respectivos
papás.
En el caso de la cabalgata
de Barcelona cabe destacar
una insoportable carga de
moralina, (...) atronantes
altavoces repetían mensajes
"políticamente correctos",
a modo de curiosa
combinación de Ejército de
Salvación Progresista,
telepricadores y showmans,
con el objetivo de adoctrinar
no solo a los pequeños sino
a sus respectivos papás.
Junto a consignas de acento
solidario (¡no pidáis más de dos juguetes...!) destacaba la insistencia de hacer aborrecer sables, pistolas, escopetas o soldaditos, catalogados como nefandos juguetes bélicos. |
Junto
a consignas de acento solidario (¡no pidáis más de dos juguetes…!), destacaba la insistencia en
hacer aborrecer sables, pistolas, escopetas o soldaditos, catalogados como
nefandos juguetes bélicos. En este
punto, uno no puede menos que rememorar su infancia, cuando lo pasaba bomba
(con perdón) jugando, ya solo, ya en compañía de amigos y compañeros de
correrías, simulando pelis de indios y vaqueros, marciales desfiles o combates
singulares a los tres mosqueteros; también es forzoso reconocer que, cuando
SSMM de Oriente no se estiraban en
sus regalos, nuestra imaginación fabricaba rústicas espadas de madera o
pistolas caseras con mil artilugios caseros, tal era nuestra inventiva.
La
–digamos– pacifista que dicta, año tras año, el mensaje prohibitivo,
parte, en primer lugar, de un profundo desconocimiento de la psicología
infantil; el coronel Baden Powell, que entendía mucho más de ella, decía que
los niños tienen tres necesidades básicas: comer,
jugar y pelear, y buena parte de la pedagogía scout se sostenía en esta
idea; para evitar sobresaltos de bienintencionados y pusilánimes, aclaremos que
estas peleas no eran más que
simulación inofensiva, en la que los muchachos medían sus fuerzas y su ingenio,
en sana rivalidad y camaradería, porque aún no se había inventado el bullying; no se hacía más que
institucionalizar lo que ocurría en todos las colectividades infantiles,
empezando por las rurales, sin más consecuencias trágicas que un chichón, un
ojo amoratado o un rasguño.
El
pacifismo actual inculcado a los niños tiene, además, otras consecuencias; no
evita, en modo alguno, la agresividad en la edad adulta, sino que la suele
reforzar; piénsese cuándo se han llenado más de violencia las sociedades:
antaño, cuando nos sacudíamos de lo lindo en juegos infantiles o ahora, cuando
están prohibidos por decreto los juguetes
bélicos; personalmente, nunca he sentido tentaciones de batirme a espada
con el vecino ruidoso o pegarme de tortas con un contertulio oponente, y eso
que disfruté como un loco de niño en aventuras imaginarias…
En
tercer lugar, tengo para mí que esta
educación en el pacifismo a ultranza ocasiona debilidad de carácter y escasa
resistencia a la frustración, pues nos vacunábamos de ella cuando nos tocaba hacer de malos y, consecuentemente,
perdíamos. La vida real tiene momentos que exigen decisiones y actitudes
resueltas, y su aprendizaje no se adquiere con el buenismo imperante ni con la prédica constante de la debilidad; a
lo mejor tenía razón Renán cuando escribía aquello de que “el gran defecto de las buenas personas es que son cobardes”.
En cierta
ocasión –no hace tanto– pregunté a unos alumnos de la ESO cuál sería su actitud
en el caso extremo de una invasión de España por un supuesto enemigo exterior;
las respuestas fueron casi unánimes: me
aguantaría, me iría lejos, saldría huyendo…Ojalá que nunca tengan que verse
nuestros niños de hoy en situaciones límites, como la planteada por aquel
profesor que, en su infancia, había jugado con espadas y pistolas y, de mayor, nunca se había considerado entusiasta de la violencia y sí partidario de la
razón y del diálogo… mientras le dejen.
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Manuel Parra Celaya.