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viernes, 15 de enero de 2016

Juanjo Cabezón... muy presente

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"Dormía y soñé que 
la vida era alegría.
Me desperté y supe 
que la vida era servicio.
Serví y vi que 
el servicio es alegría".

Este poema de Tagore hubiera 
podido muy bien ser
el lema personal de 
Juan José Cabezón Granado.
La modernización de «Trocha» ha llevado a que, periódicamente, reciba sus artículos ya no sólo en su edición mensual en formato digital, sino también a medida que se van entregando, gracias a seguirla en esa poco valorada, pero muy útil, red social que es Google+

Y, en estas, me tropiezo con un artículo de Manolo Parra en el que habla de la intendencia de OJE y salta a la vista un nombre: Juan José Cabezón Granado. El artículo, aparte de su eje principal, menciona el papel de Juanjo y relata algunas de sus peripecias. Al final, a modo de postdata, Manolo redacta un breve homenaje a su memoria.

Nunca conocí a Juan José Cabezón en la OJE, por la sencilla razón de que nunca he sido afiliado de la OJE. Lo conocí después, en una época en que mi activismo falangista había dejado la acción propiamente política para pasar a un terreno más, digamos, doctrinal, periodístico (si los profesionales de la prensa me permiten ese pequeño y excepcional término intrusista).

Eran los tiempos de las «Hojas Hispánicas», sucesoras de las «Hojas del CCH», realizadas a la sombra de aquel añorado Círculo Cultural Hispánico. Un pequeño, muy pequeño, grupo de camaradas: la redacción, digamos, fija, la formábamos cuatro. Y uno de ellos no era redactor, era, precisamente, intendente: Juanjo Cabezón.

Aprendí mucho en aquella época. Aprendí mucho de los otros dos camaradas redactores: uno era el propio Manolo Parra, y con esto ya está dicho todo. El otro era un hombre de una capacidad analítica tremenda, quizá porque, como yo, no venía de las épocas gloriosas de cornetas, tambores y banderas al viento, sino de la lectura y la reflexión no condicionada por vivencia alguna, no impulsada por querencia ni emoción previa: habíamos leído a José Antonio como a Marx o a Camus, pongo por caso, y, en pura reflexión, ya digo, nos convenció más aquél. Fríamente, una exacta manifestación de razón.

Y con todo lo que aprendí de ellos -que fue muchísimo- el que me ofreció el EJEMPLO, así, con mayúsculas, fue Juanjo. Juanjo, que era nuestro jubiladete, que desarrollaba la modesta pero imprescindible labor de ocuparse de lo pequeño, de los sellos de correos, de los recados, de los trámites, de ir allí a recoger esto o allá a depositar esto otro. Y nunca pretendió honor ni reconocimiento especiales, jamás quiso salir de la modestia de su tarea.

Simplemente, sirvió.

El modo como ha de ser:
ni pedir, ni rehusar

Así describía el servicio en la milicia Calderón de la Barca, y así lo cumplió, sin más, Juanjo Cabezón.
Cuadros del Frente de Juventudes, años 50. Juanjo es el primero de la derecha.

Murió el día de Navidad de 2009. Dejé de recibir su cotidiana felicitación y, dada su edad, ya me temí que había ocurrido algo luctuoso.

Ya hacía algunos años que habíamos cerrado las «Hojas Hispánicas» y, desgraciadamente, aquella pequeña escuadra que durante diez años había compartido afán y trabajo también se cerró, más allá de alguna relación personal y familiar que ha permanecido. Queda el recuerdo, quedan aquellos chistes malísimos que le reíamos, no por adulación ni por estúpida e improcedente condescendencia, sino por un sincero afán de compartir su alegría y su buen humor, que nunca le faltaron salvo, efectivamente, algún eventual cabreo que no solía durarle más que el cigarrillo.

Dormía y soñé que la vida era alegría
Me desperté y supe que la vida era servicio
Serví y vi que el servicio es alegría

Este poema de Tagore hubiera podido muy bien ser el lema personal de Juan José Cabezón Granado.

Y, en recuerdo precisamente de su ejemplo, he creído que era necesario decir todo esto.

Gonzalo Infante