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"Dormía y soñé que
la vida era alegría.
Me desperté y supe
que la vida era servicio.
Serví y vi que
el servicio es alegría".
Este poema de Tagore hubiera
podido muy bien ser
el lema personal de
Juan José Cabezón Granado.
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Y, en estas, me tropiezo con un
artículo de Manolo Parra en el que habla de la intendencia de OJE y salta a la
vista un nombre: Juan José Cabezón Granado. El artículo, aparte de su eje
principal, menciona el papel de Juanjo y relata algunas de sus peripecias. Al
final, a modo de postdata, Manolo redacta un breve homenaje a su memoria.
Nunca conocí a Juan José Cabezón en
la OJE, por la sencilla razón de que nunca he sido afiliado de la OJE. Lo
conocí después, en una época en que mi activismo falangista había dejado la
acción propiamente política para pasar a un terreno más, digamos, doctrinal,
periodístico (si los profesionales de la prensa me permiten ese pequeño y
excepcional término intrusista).
Eran los tiempos de las «Hojas
Hispánicas», sucesoras de las «Hojas del CCH», realizadas a la sombra de aquel
añorado Círculo Cultural Hispánico. Un pequeño, muy pequeño, grupo de
camaradas: la redacción, digamos, fija, la formábamos cuatro. Y uno de ellos no
era redactor, era, precisamente, intendente: Juanjo Cabezón.
Aprendí mucho en aquella época.
Aprendí mucho de los otros dos camaradas redactores: uno era el propio Manolo
Parra, y con esto ya está dicho todo. El otro era un hombre de una capacidad
analítica tremenda, quizá porque, como yo, no venía de las épocas gloriosas de
cornetas, tambores y banderas al viento, sino de la lectura y la reflexión no
condicionada por vivencia alguna, no impulsada por querencia ni emoción previa:
habíamos leído a José Antonio como a Marx o a Camus, pongo por caso, y, en pura
reflexión, ya digo, nos convenció más aquél. Fríamente, una exacta
manifestación de razón.
Y con todo lo que aprendí de ellos
-que fue muchísimo- el que me ofreció el EJEMPLO, así, con mayúsculas, fue
Juanjo. Juanjo, que era nuestro jubiladete, que desarrollaba la modesta pero
imprescindible labor de ocuparse de lo pequeño, de los sellos de correos, de
los recados, de los trámites, de ir allí a recoger esto o allá a depositar esto
otro. Y nunca pretendió honor ni reconocimiento especiales, jamás quiso salir
de la modestia de su tarea.
Simplemente, sirvió.
El modo como ha de ser:
ni pedir, ni rehusar
Así describía el servicio en la
milicia Calderón de la Barca, y así lo cumplió, sin más, Juanjo Cabezón.
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Cuadros del Frente de Juventudes, años 50. Juanjo es el primero de la derecha. |
Murió el día de Navidad de 2009.
Dejé de recibir su cotidiana felicitación y, dada su edad, ya me temí que había
ocurrido algo luctuoso.
Ya hacía algunos años que habíamos
cerrado las «Hojas Hispánicas» y, desgraciadamente, aquella pequeña escuadra
que durante diez años había compartido afán y trabajo también se cerró, más
allá de alguna relación personal y familiar que ha permanecido. Queda el
recuerdo, quedan aquellos chistes malísimos que le reíamos, no por adulación ni
por estúpida e improcedente condescendencia, sino por un sincero afán de
compartir su alegría y su buen humor, que nunca le faltaron salvo,
efectivamente, algún eventual cabreo que no solía durarle más que el
cigarrillo.
Dormía y soñé que la vida era
alegría
Me desperté y supe que la vida era
servicio
Serví y vi que el servicio es
alegría
Este poema de Tagore hubiera podido
muy bien ser el lema personal de Juan José Cabezón Granado.
Y, en recuerdo precisamente de su
ejemplo, he creído que era necesario decir todo esto.
Gonzalo Infante