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Viñeta de El Roto |
Los
juegos de malabares de la otrora intransigente CUP han sido prodigiosos:
consultas asamblearias, dimisiones, reuniones de comités…; pasará a la historia el empate 1515-1515, que dicen los
entendidos que estaba en un 0,003 % del cálculo de probabilidades, por lo que
no será extraño que sea estudiado a conciencia en las Facultades de Exactas.
¿Vodevil, varietés,
astracanada, esperpento,
farsa, drama o tragedia?
A poco que reflexionemos,
vamos encaminados hacia
el último de ellos, porque
da la impresión de que un
fantúm trágico empuja a los
políticos hacia el abismo.
Tanto en Cataluña como en
el conjunto de España parece
que todo se mueve bajo el
signo de la negatividad: en el
separatismo, el odio hacia lo
español hace unirse a
aparentes adversarios; en
los partidos de izquierda
"nacionales" prevalece el odio
hacia la derecha encarnada
en el PP, por encima de la
necesidad de enderezar
rumbos y de cerrar filas
ante el secesionismo.
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Tampoco
se puede descartar a priori que hayan surtido efecto las milagrosas rogativas
ante la Catedral de Barcelona en pro de un acuerdo, o las procesiones con
velitas ante el Palacio de la Generalidad, en la plaza de San Jaime, de un
centenar de personas, en días anteriores a la ceremonia de vasallaje de los
anticapitalistas; no sé en qué quedaría la anunciada huelga de hambre de
miembros de la ANC para presionar el pacto…, o quizás fuera una excusa para
aliviar las conciencias y los estómagos tras las ingestas navideñas. Tampoco
estos extremos son comprobables científicamente.
La
cuestión es que ya tenemos los catalanes nuevo President: el señor Carles Puigdemunt, periodista de profesión,
director de El Punt-Avui, presidente
de la Asociación de Municipios por la Independencia, aquel que hace un par de
años calificó a los españoles de invasores
y se juramentó para expulsarlos de Cataluña. Por su parte, Artur Mas ha
consentido en inmolarse teóricamente, pero no con un honorable harakiri, digno de un samurái, sino con
un paso de, haciendo un supuesto mutis por el escotillón; se limita a imitar a
Julio César expresándose en tercera persona: “Mas no quiere cargos. Tan digno es ser presidente como expresidente”.
O témpora, o mores!, que decía el otro. ¿Tan seguro está de su carácter de intocable por el asunto del
pseudoreferéndum y por otros pecadillos relacionados con sus cargos bajo la era
Pujol?
La
maniobra ha pillado con el pie cambiado a los oponentes, bajo el frágil paraguas del constitucionalismo, que ya
anunciaban nuevas elecciones autonómicas; PP, con su exigua minoría, y Ciudadanos se mantienen en su línea de denuncia y de
afirmación en pro de la unidad de España y de la igualdad entre los españoles,
mientras que el PSC, por boca del Sr. Iceta, parece solicitar, en forma y
fondo, una limosna de amor de la
nueva presidencia. La toma de posesión del nuevo President ha sido otro número cuidadosamente preparado que
pretendía escenificar el primer acto de la desconexión
con el Estado; curiosamente, los separatistas se han indignado cuando el Rey,
como Jefe de ese Estado, también parece haberse desconectado de los separatistas. Pero, aparte de este gesto, la
representación sigue, porque los protagonistas están convencidos de su completa
impunidad…
¿Vodevil,
varietés, astracanada, esperpento, farsa, drama o tragedia? Cada vez se hace
más difícil establecer una definición del género o del subgénero de estas
actuaciones y su parangón con lo que está ocurriendo en Cataluña. A poco que
reflexionemos, vamos encaminados hacia el último de ellos, porque da la
impresión de que un fátum trágico
empuja a políticos y a ciudadanos hacia un abismo; sin intervención de dioses o
poderes superiores algunos, todo hay que decirlo, porque el panorama común
español tampoco es para echar cohetes: indecisión, dejación, complicidad o
falta de arrestos para hacer cumplir la ley, por una parte, y, como siempre,
los intereses de partido prevaleciendo sobre los nacionales, por la otra. Tanto
en Cataluña como en el conjunto de España parece que todo se mueve bajo el signo de
la negatividad: en el separatismo, el odio hacia lo español hace unirse a
aparentes adversarios; en los partidos de izquierda nacionales prevalece el odio hacia la derecha encarnada en el PP,
por encima de la necesidad de enderezar rumbos y de cerrar filas ante el
secesionismo.
Con
todo, lo que me parece más grave no es el movimiento de los actores –los
políticos– sobre el escenario: es la indiferencia del público –sociedad
española– ante la tragedia que se está representando ante sus ojos y cuyas
repercusiones afectarán a todos. Ya no nos queda ni la cólera del español sentado, que decía Lope de Vega. Acaso es un
público convertido en puramente virtual debido al adoctrinamiento continuado a
que lo ha sostenido el Sistema.
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Manuel Parra Celaya.