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| Viñeta de El Roto (coloreada por Trochablog)
El buen político debe ajustar
cuidadosamente sus palabras
en público al supremo código
lingüístico, que es, por supuesto,
la estupidez galopante de los
de lo políticamente correcto.
El tremendo desliz cometido
por la señora Dolores López,
Secretaria General del PP en
Andalucía, que gritó un sonoro
¡Arriba España! al final de su
discurso y que, al parecer,
provocó varias amagos de
infarto, no solo entre sus
contrarios ideológicos, sino
especialmente, entre las filas
de su propio partido.
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Los
deslices de los políticos, muchas veces producto de una incontinencia verbal,
suelen proporcionar material jugoso a los adversarios de su persona o de su
partido que carecen de otras municiones más contundentes y, a la vez, material
jocoso a los comentaristas ayunos de noticias más importantes. Por ello, el
buen político debe ajustar cuidadosamente sus palabras en público al supremo
código lingüístico, que es, por supuesto, la estupidez galopante de lo políticamente correcto.
Como
muestra reciente, el tremendo desliz cometido por la señora Dolores López,
Secretaria General del PP en Andalucía, que gritó un sonoro ¡Arriba España! al final de su discurso
y que, al parecer, provocó varias amagos de infarto, no solo entre sus
contrarios ideológicos, sino, especialmente, entre las filas de su propio
partido.
Uno
no lo acaba de entender del todo, porque pretender elevar algo, en esta caso la
Nación española, no debería estar mal visto por nadie, ya que implica un deseo
de superación con respecto a la cosa amada. Es decir, que no te conformas con
la mediocridad o las deficiencias existentes, sino que pretendes que el objeto
o concepto elevado alcance cotas de excelencia. Una persona puede vivir durante
muchos años una existencia enferma o lánguida, carcomida por males terribles,
pero lo que ansía por pura lógica es recuperar la salud y salir de su estado de
postración y de dolor. Y lo mismo les pasa a los colectivos sociales e
históricos.
Bueno,
pues no debe ser así, y todo porque el grito que se le escapó a la Secretaria
General lleva uno de los peores estigmas imaginables en este momento: la de ser
una expresión joseantoniana, que luego fue adoptada, en ocasiones, por el
Régimen de Franco. Es aberrante que, entre los cautos y melifluos políticos de
la derecha se oiga tamaña decisión de levantar a España de la crisis moral y
nacional que nos queja, y que provoca, entre otras cosas, que muchos
compatriotas se avergüencen de ser españoles, haciendo suya aquella tremenda
frase de Cánovas del Castillo de que “es
español el que no puede ser otra cosa”, en lugar de la respuesta, bastantes
años más tarde, del Fundador de la Falange: “Ser
español es una de las pocas cosas serias que se puede ser en el mundo”, que,
lejos de encerrar una simiente de nacionalismo –tan rechazado por José Antonio,
independientemente de la extensión de ese individualismo
de los pueblos– pretendía ser una proclama optimista –y realista, desde el
punto de vista histórico– frente al pesimismo en que nos sumió la I
Restauración.
De
todas formas, y para consuelo de la Sra. Dolores López, que se sintió luego
abrumada por esa “expresión desafortunada
que no va conmigo” y por la que pidió humildemente público perdón, le
diremos que el verdadero origen del ¡Arriba!
no está en José Antonio Primo de Rivera, sino en otro regeneracionista y
patriota anterior, concretamente D. Ricardo Macías Picavea; en su libro El problema nacional, editado en 1899,
escribe al afecto “No hay fórmula, por
otra parte, más depuradora de todo arbitrismo, o ideológico o inadecuado,
siempre estéril, en esta materia: marchar constantemente en la nación y con la
nación (…) gritando: ¡Sursum corda! (que quiere decir, Sra. López, arriba los corazones; de nada) ¡Arriba España!”.
Otra
sugerencia a la Sra. López –que extiendo a todos los políticos sin distinción
de ideologías–: ¿por qué no incorpora, al final de sus discursos, aquel ¡Arriba el campo!, tan de moda en otros
tiempos, pero que no puede encerrar ofensa alguna? Además, se contestaba
(Rafael García Serrano dixit) con un “ilógico,
disparatado y coral ¡Bien, coño, bien!”. Sería bonito y ejemplarizante ver
a los palmeros de cualquier formación política de nuestros días responder de
esta forma apasionada y gentil a las palabras certeras de sus líderes y
dirigentes.
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Manuel Parra Celaya.

